A mí me pasa lo que dicen Gilbert & George, que sólo pido estar con el arte. No me hace falta más. En cuanto veo arte contemporáneo del bueno, y si encima es fotográfico, me pongo como una moto puch de esas con las que hacía el cabra en mis años mozos.
Y hablando de la moto puch. Me acabo de acordar de un taller al que asistí impartido por otro Puch, Gonzalo, al que me llevó esta inquietud mía por el arte. Yo no sabía nada de este hombre, pero cuando me enteré que era profesor de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca mi interés se acrecentó. Al poco tiempo de comenzar el curso, entendí por qué algunos conocidos humoristas del programa Muchachada Nui que estudiaron allí, como Ernesto Sevilla o Joaquín Reyes, habían acabado así. Sin duda llevan en la cabeza la huella del genio.
Cuando lo presentaron en el taller, caí en que había expuesto hace poco en una galería murciana y que en 2008 había visitado una expo suya en el malogrado, por falta de la financiación de Cajamurcia (ya sabéis lo mal que están de perras los banqueros) festival Fotoencuentros. La expo llevaba por nombre Espacios, transeúntes… cosas inútiles.
Precisamente lo que más me interesó de lo que Gonzalo proyectó fueron sus fotos de cosas inútiles, esos originales bodegones domésticos en los que la inspiración se despierta en grado sumo con la observación pausada de la realidad cercana. Por ejemplo uno de los que embellecen este post, en el que el maestro se ve que había almorzado un poco de fruta y después de comer uva y mandarinas le apeteció fumarse un cigar y… brotó el arte. No penséis que esto ocurre de manera casual. No, no es que haya sonado la flauta; nuestro filósofo nos lo aclara: «Siempre preparo mis fotos con extremo cuidado. Hago primero un guión, y cuando ya lo tengo es cuando realizo la imagen (…) Salgo a la calle, fotografío una bolsa de basura y una bombilla, y luego me deprimo porque es horrible. No. Lo mío es crear sobre algo en lo que previamente he trabajado».
Aunque usa la fotografía como soporte principal, Gonzalo Puch ha incorporado el vídeo en su obra, y sus exposiciones tienen muchas veces carácter de instalación. En sus multimedias suele enfrascar con generosidad a sus alumnos. Su inquietud sobre el presente y sobre lo que el futuro nos depara es una constante en su obra. Lo comprobaréis si os detenéis un momento a contemplar el siguiente vídeo, a todas luces imprescindible:
¿A donde irá con la garrafa este pobre hombre? ¿Quedará agua cuando llegue a su destino? ¿Y por qué corre? ¿Nadie puede ayudarle? ¡Qué desazón! Hombre y entorno, presente y futuro, en continua liza en este teatro del absurdo que es la vida. La versión completa del vídeo se puede ver en la web del artista. Un visionado exhaustivo nos ha permitido comprobar que hay un corte que no se ha sabido empalmar bien, dejando patente que nuestro artista -que aquí es también parte de la obra al intervenir como actor- tuvo que parar porque se le salía el higadillo. Así que desde aquí le recomendamos ejercicio aeróbico para adquirir fondo, por si alguna vez tuviera que salir por patas huyendo de los alumnos iracundos y decepcionados tras algún taller suyo, como dicen viperinas lenguas que alguna vez ha estado a punto de ocurrir.
Y es que entender el fotoconceptualismo de Puch está al alcance de muy pocos. Por eso, si hay dudas respecto a como enfocarlo, en internet podemos hallar sesudas reflexiones que nos ayuden. Por no ir muy lejos me quedo con la del crítico local Pedro Alberto Cruz.
Volviendo al taller al que asistí, me quiero quedar con tres momentos mágicos que tuvo el maestro. El primero de ellos fue cuando decidió proyectar unas escenas de la película Playtime de Jacques Tati, retirándose a una silla apartada en la penumbra. Los minutos pasaban y pasaban y Puch no sólo no cortaba la proyección, sino que parecía meditar concienzudamente sobre alguna de las escenas, ya que de vez en cuando hasta cerraba los ojos. A los 40 minutos de proyección alguien le preguntó “¿Es suficiente, Gonzalo?”; a lo que contestó: “Déjala, déjala un poco más”.
El segundo instante mágico fue cuando un alumno le preguntó qué significaba una foto suya: “Pues no sé, no sé”, contestó. Qué maestría al negarse a proporcionar cualquier orientación que entorpezca la interacción del espectador con la obra. “El palito que busca el agua lo tenemos que girar hacia nosotros”, dijo en el taller.
El tercer gran momento fue el segundo día del taller, al que inexplicablemente asistió muy poca gente. Puch comenzó a visionar los porfolios de los alumnos, a lo que llegamos enseguida ya que teoría dio muy poca. El maestro solía mirar las fotos con mucha atención y cuando terminaban siempre le parecían pocas. “¿Ya está? ¿Sólo 50 fotos?”, le comentó a una alumna. Sus consejos acerca de los porfolios eran breves pero acertadísimos: “me gusta”, “es interesante el trabajo”, “¿por qué no pruebas a fotografiar en color”, etc. Daba siempre en la diana.
¿Genio o jetas? Yo pienso que lo primero, por supuesto. Con esa gracia que tiene, que quita el sentío, el sevillano Puch forma parte de toda esa franja de profesores de talleres de fotografía que son imprescindibles, ya que con su sola presencia dan caché y empaque al curso/taller/aula a la que acudan. Muy torero él, Puch llega a clase y no le hace faltá ná. Se pone en el centro de la escena-plaza, y de perfil, brinda la faena al público. Sólo resta gozar con su saber y sus enseñanzas. ¡Ele!
